Mucha web 2.0, mucho twitter, mucho caudal informativo, mucha pelea con garras y dientes por ser el más inmediato... ¡qué estrés! No puedo sino preguntarme una y otra vez si me habré confundido de carrera. Igual debería haber tirado por algo más pausado, más atemporal, donde no haya que ponerse unos prismáticos para ver lo que hace el vecino de enfrente tras su opaca cortina y apresurarse para hacerlo antes que él. Filología hebrea o algo así. Por qué no.
Releyendo mis líneas me doy cuenta de que soy la primera en apuntar, consciente o insconscientemente, la deshumanización del periodismo. Ojalá siguieramos siendo aquellos hombres admirados, imponentes, que vestían trench beige, mocasines, sombrero de copa. Que fumaban en pipa, que llevaban un bloc (que no blog) de notas en el bolsillo y una pluma marrón. Que se tomaban su tiempo, entre calada y calada, ordenando con cuidado sus ideas para poder plasmarlas en aquellas hojas elegantemente.
¿Y ahora? Ni ordenar, ni plasmar, ni elegantemente. Y las caladas a la puerta. Ahora no hay tiempo. O sí, sí hay, vaya que si hay, de hecho, el tiempo es la poderosa moneda de cambio de este nuevo mercado de la información. Las redacciones se petan de gente, que van y vienen, con las cabezas colapsadas de #prisas y #rutina, que no dejan ni un huequecito mental para la #creatividad. (Twitter me está knockeando)
Pero como no quiero parecer una atrasada, amargada, inadaptada social y, de hecho, creo que no lo soy (ciertamente, enciendo el ordenador y abro como 7 pestañas, cada una con su red social correspondiente), diré que mi visión no es tan exageradamente negativa. Supongo que el fenómeno digital no tiene por qué comernos de un bocado, que la culpa de que el periodismo aún no haya hallado la clave para escapar de la gratuidad instalada en la Red es, precisamente, nuestra, de los periodistas. Nos hemos estado alejando de ella como si fuera un tiranosaurus rex dispuesto a mordernos el culo en cualquier momento, en vez de tratar de adaptarnos a sus ventajas comunicativas, que son obvias.
Si no ponemos de nuestra parte, adaptándonos a los inevitables cambios sociales, no podremos defender el valor de nuestro trabajo y, consecuentemente, cobrar por ello. Se trata de seguir haciendo el mismo "buen periodismo", ayudándose, y no despreciando, los robotizados medios de la nueva era. Quien transmite la realidad, con más o menos talento, es la persona, no la máquina. Y de ese talento depende la buena o la mala praxis, no del facebook, ni del twitter, ni del ipad, ni de youtube, ni de flickr.
La situación ya se nos ha impuesto (y seguro que, acto seguido, tuiteado) . De nosotros depende que sea aliada o enemiga.