viernes, 15 de abril de 2011

GIJÓN




¿Anuncian las nuevas y poderosas tecnologías la decadencia de la cultura? Los evidentes estragos que la persiguen son el consumismo y su conversión en mercancía. Hoy, no existe más que lo que se ve en la televisión. Todo es espectáculo.


Todos, absolutamente todos, formamos parte de la “industria cultural” de un modo activo, tan arraigado en las sociedades de consumo actuales, que es de lo más cotidiano. Este término, conocido pero poco comprendido, hizo su aparición en la Dialéctica del Iluminismo (publicada en 1947 por dos miembros de la escuela de Frankfurt). Léanlo, pero, aviso: la desazón es terrible. Y no por lo que se cuenta, que algo ya sabíamos, sino por la constatación de las múltiples enfermedades que sufre hoy la cultura. El prodigioso desarrollo de los medios masivos de comunicación, el cine, la prensa, la publicidad, etc… es el caballo de batalla de la “industria cultural”. Los medios definen cuál es la identidad de la sociedad, qué roles ha de asumir cada individuo y guían la percepción de la vida. Son instrumentos de alineación cultural todopoderosos que nos aturden y hacen inofensivo cualquier conflicto. Una cultura sometida a los gustos del público y al éxito inmediato, mera mercancía.


Cual obedientes corderitos, formamos una masa homogénea que se sienta delante de la televisión y sonríe. Nadie se pregunta qué hay más allá. ¿Dónde están escondidos los grandes intelectuales de antaño? No salen de su escondite, qué remedio; el espectáculo mediático los intimida. Hoy se escucha más, por ejemplo, a Belén Esteban, que para eso es “princesa del pueblo” (¡mátame camión!), y al resto de personajes, manufacturados en la televisión, que opinan desde su incultura sobre cualquier tema, sin pensárselo dos veces. El consumidor no ha gozado jamás de tanta oferta y libertad para consumir productos efímeros y huecos por dentro, y la incertidumbre y la desorientación invaden nuestras mentes atolondradas.


Vivimos en una sociedad bombardeada por los mass media, en la que los jóvenes vemos la televisión unas tres horas al día y obtenemos –o creemos obtener –, en ella, cualquier respuesta. Queridos amigos, el entretenimiento (¡qué palabra tan mágica y laxante!) está sometiendo a la cultura y se está convirtiendo en el negocio más brillante. La vida se reduce al espectáculo, y el espectáculo se convierte en fuente de poder económico y político; la información se está reduciendo a la publicidad, y la publicidad manda.


El Roto, en una de sus viñetas, demuestra una vez más que basta una frase para condensar el sentimiento colectivo que no encuentra voz reconocible en cualquier momento de crisis. Ante un televisor entronizado, una mujer anónima proclama: “Lo malo que tiene esta edad de oro de la comunicación y la información es que no hay manera de saber lo que pasa.”



Fotos: retoooorno a casa

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