jueves, 3 de enero de 2013

1989 'El Séptimo Continente' (Michael Haneke)

"No odio en modo alguno el cine comercial. Es perfectamente lícito. Hay mucha gente que necesita evadirse porque quizás atraviesen situaciones personales difíciles. Pero eso no tiene nada que ver con una manifestación artística. Una manifestación artística está obligada a confrontarte con la realidad". Michael Haneke.



'DER SIEBENTE KONTINENT'


     La tragedia de lo cotidiano. Peregrinamos por el mundo sumidos en escenas absurdas, que se repiten, en un engranaje maquinario y maquiavélico, perdidos en la gran ciudad. Cuando desayunamos, cuando trabajamos, cuando vamos al supermercado, cuando tenemos que deternernos a saludar a conocidos, y cuando ponemos en marcha cualquier tipo de relaciones (e inútiles convenciones) sociales... Perpetuamente nos vemos envueltos en una sucesión de primeros planos que, desde luego, no son extraños, se repiten de forma cíclica e inerte, y el maestro Haneke lo sabe de sobra. En esta película decide cogerlos y ponérnoslos delante de nuestras narices, para que nos demos cuenta durante 104 minutos, de que nuestras vidas son idénticas. Idénticamente irracionales. Plagadas de esfuerzos diarios, mensuales, anuales y vitales que nos conducirán solo a una meta: la muerte. 

     Haneke nos lanza una pregunta: ¿Merece la pena este paseo distraído y cansino por una vida vulgar e irrelevante? Y después de hacernos esa pregunta, justo a continuación, nos mata. Y es que nadie como el maestro puede hacer un disparo psicológico tan certero hacia él mismo, hacia ti, hacia mí y hacia todos nuestros clones occidentales. Es el genuino terrorista cerebral. 





     El Séptimo Continente es el clímax de las obsesiones existenciales que asaltan de  madrugada a cualquier ser humano mínimamente consciente de su condición. Obsesiones narradas con tal firmeza y desencanto, que te abruman, te dejan sin palabras, sin sueño, desprovisto de todo aquello que puede aferrarte a la felicidad, con un enorme agujero en mitad de las entrañas. Aunque, a la mañana siguiente, puede que la rutina, la actriz principal de este film, precisamente ella, logre evadirte de este horror vacui.

     Y es eso, un miedo al vacío, un miedo a la impasibilidad con que Haneke parece aceptar la desdicha humana. No batalla, ni deja ver un atisbo de cólera, sólo acata el infortunio con resignación. Te deja solo con esas circunstancias insondables que tú no elegiste al nacer. Te deja consumiéndote a fuego lento en la pócima de la vida y la muerte, hastiado, con los ojos en blanco y plenamente consciente de tu alienación. Los personajes ceden suavemente al pulso de la muerte, al Tánatos, decía Freud, el deseo de abandonar la lucha de la vida y volver a la aquiescencia y la tumba. En 1920, dijo que la vida es fuente de dolor, desorden, caos y tensión, y la muerte sirve para llegar a ser. Y ahora dime, ¿quién se atreve a discutir al híbrido Freud-Haneke?




     Y de pronto llega el final de la película. El mayor bofetón a esta civilización que he visto en años. Convenciones sociales absurdas, bienes materiales, búsqueda de un trabajo estable, mientras pisamos, queriéndolo o no, la cabeza de la otra mitad del planeta... ¿Qué merece la pena? Y, además, ¿Qué podemos vislumbrar tras el hecho innegable de que la felicidad vital no conoce de dinero ni posición social? ¿Existe acaso un estado de prosperidad imperecedero en algún espíritu?

     Mira tu vida, todo es una farsa, mira lo que haces, mira cómo vives, mira tus derechos, mira tus deberes. Eso te dice Haneke. Y después coge y se va, sin responder nada. Y es que ni siquiera él, más propenso a percibir la materialización de la despiadada realidad que cualquiera de nosotros, tiene un veredicto sobre qué coño hacemos en este mundo recurrente y sistematizado.





Y es que ya lo decía Goethe, el genio alemán:

No lo digáis a nadie,
sino a los sabios, porque la masa enseguida se burla
y yo quiero alabar a ese ser viviente
que anhela la muerte en las llamas.
En el frío de las noches de amor
que te engendró allí donde engendraste,
te invade una extraña sensación
cuando alumbra la vela tranquila.

Ya no permaneces abrazada
en las tinieblas de la oscuridad
y un nuevo deseo te impulsa
hacia una más elevada unión.

Ninguna distancia te complica;
llegas volando, desterrada
y al final, ávida de luz,
tú ardes, mariposa.

Y mientras no puedas tener esa luz,
escucha esto: ¡muere y llega a ser!
Tú eres sólo un triste huésped
sobre la tierra oscura.
[...]



2 comentarios:

  1. genial el post. gracias por considerar el cine de Haneke.

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  2. La vida del ser humano tiene que ser rutinario y sistemático; es inevitable. Pero, a que la rutina y la sistematización sea aburrida; depende de uno. Uno mismo lo hace llevadero o aburrido.
    Por lo visto esa flia. no tenía vida desde un principio y haga lo que haga la iba a pasar mal de todos modos. Es, simplemente, porque, no sabían vivir la vida.
    En cuanto a la película me pareció muy aburrida y mal contada.
    Me gustan las películas de Haneke ( Funny Games, El Pianista ); pero, ésta no me gustó.

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